cuentos cortos de la sierra

DETALII PROIECTE
4 septembrie 2015

cuentos cortos de la sierra

Domicia recordaba, como un sueño lejano, las figuras de barro y yeso con que jugaba de niña en el taller de su padre, escultor de oficio. Cuando los del rueiro se dieron cuenta del peligro, ardían ya dos o tres casuchas como yesca, cebado el incendio con la hierba seca de las medas y los haces blondos de los pajares, Las voces de socorro, los ayes de muerte, los ¡Dios nos valga!, fueron la única defensa de los infelices. Justamente Goros sufría un diario tormento al ver en la ventanuca del tabuco, donde dormían hacinados él y otros cuatro hermanitos, un vidrio roto, del que apenas quedaban picos polvorientos adheridos al marco, y que se defendía por medio de un papel aceitoso pegado con engrudo. La noche descendía; el cura ayudó a la vieja a cargar el haz de espinallo, y vimos como, enderezándose trabajosamente, se alejaba a paso tardío. Sería o no sería… Lo cierto fue que al otro día le llevó la santa comunión. ¡Que no se metieran con él, o les daría una lección de las que no se olvidan! La Deixada hacía gestos desesperados, furiosos. Calló un momento, trágica, mientras en la superficie del río, lento, se apagaba el último resplandor del poniente. El niño tiró de la mano del cura y le empujó adentro. Quien está ofrecido es usía, y créase de mí y vaya cuanto más antes, que han pasado muchos años y la Santa espera y la paciencia se te podrá rematar. Al oír las pisadas del caballejo, Culás tiró el cigarro y empezó a silbar, desdeñoso, atravesándose en el angosto camino. Resistía el cemento secular, y la piqueta caía fatigada; pero, por fin, insistente, vencía. Y si no me había dado cuenta antes de que era Fajardo, en efecto, era porque me lo estorbaba una suposición de imposibilidad, que acababa de abolirse. Desaparecía su cabeza entre la espinosa frondosidad de la carga; pero, sin verle el rostro, el cura la conoció. El cielo sabía que ella nunca había hecho mal a nadie, y el cielo no debe de ser amigo de las malvadas que embrujan a los hombres con zapatos colorados, moñudos. ¿De quién? A la hora menos pensada escribe, vuelve con mucho dinero…. Antes del amanecer estuvieron dispuestos. CAPÍTULO 3. Tercer cuento de la serie de la ardilla. abandonado por los carpinteros, nacimos dos hermanos. ¿Y qué eres tú del tío Miñobre? ¡Historias de mujeres y de hombres! -Pero, señores del yalma, ¿quién se libra de un mal querere? ¡Ahora se veía tan esclava, teniendo que trabajar la tierra! Nada se le diría al maestro; ninguna necesidad había tampoco de que lo supiese el dueño de la casa. El sol no quería acabar de ocultarse: estaba quieto, rendido de tanto haber bailado al salir en la mañana mañanera del señor San Juan. ¡Dos reales! -rezongaba, cerrando el puño. Con las Fichas Incluidas al Final -Que Se Acompañan de Espectaculares Fotografías- Aprenderán, Además, a Conocerlos y Cuidarlos. ¿Dónde? La noche de Reyes, Riquín tardó en dormirse, porque esperaba los aguinaldos ansioso. Éste llevaba una luz especial en los ojos meridionales, una expresión vehemente en las morenas facciones, un sonreír de sol en la boca roja, orlada por negro bigotillo. Una tarde, la pequeña brigada trabajaba en la medianería que unía la casa de los Barbosas con la contigua de los Roeles. Poco después, Medardo volvió a salir, y quedé solo en la casa con la señorita Aglae. Y he aquí que cierta mañana llama el director al pintor a su despacho y le entrega un papiro con infinitos garabatos y dibujos. Y los adorantes, sordos a la chusma, ignorantes de sus vociferaciones, insensibles cuando los chicos, precoces pelotaris, les envían las balas rechazadas por la rigidez de la piedra, siguen mirándose, bebiéndose, absorbiéndose. Creía, con ellos, evitar el definitivo, la expulsión, amenaza constante suspendida sobre su cabeza. ¿Por qué tardaba tanto el mozo? El alma embotada de aquel hombre se despertaba al cariño, en la forma que podía, sin darse cuenta él mismo de la pureza y la profundidad del sentimiento. Mientras Domicia erigía su castillo interior, el errante comenzaba a encontrar que se retardaba el negocio. -articuló ella súbitamente recelosa-. Queda una cantidad regular; sobre tres mil duros… Tú conoces la combinación para abrir, pero te prohíbo que abras…, ¿entiendes? En cambio, Martín de Lousá, alias Codelo, andaba de salud muy rebién, ¡pero rematadamente mal de cuartos! Mientras mi madre viviere, aquí me ha de sostener la tierra. Con cuatro nuevos textos con preguntas sobre temas muy cercanos a nuestros alumnos. Aquí lograré yo averiguar quién fue la grandísima perra que soltó a este pequerrucho cerca del arroyo para fastidiarme a mí. A su lado se retorcía entre las llamas el niño, que, al acudir al grito de su madre, al estruendo de los disparos, inclinándose sobre ella, se le inflamó la camisa, los bucles, no pudo huir, y cayó al suelo desmayado de dolor, despierto luego en el brasero del suplicio… Toda la tragedia fue obra de un minuto…. ¡Qué se le ha ido a figurar! La moza, derechamente, se fue hacia el interior, donde penetraba la clara plata de la noche. Y si no la hubiese sería el primer año… No suele acabarse la romería de Santa Tecla sin trompadas. ¡Si lo sabré yo! -Cogiólos en la maldad, señora… -recalcó la moza, apretando los dientes y con equívoco resplandor en las castañas pupilas-. Se necesitaban, lo menos, cuatro mil duros, y mejor cinco mil. Ése, y sólo ése, puede ser. -Lo preguntaba al tenor de que le pesará el fajo para carretarlo allá a cuestas. Paisanos somos de aquel soldadito, al cual se propusieron tomar el pelo unos cuantos del mediodía, contándole cómo el uno había escabechado a más de veinte mambises y el otro había defendido él solo un fortín, rechazando a cuatrocientos de negrada. No hubiese podido decirlo. Pasaron así doce años, sin que se desmintiese la perfección del sirviente y sin que dejase de crecer el entusiasmo del señor. El zorro, asustado, le contestó: - Viendo bien las cosas, tú eres menos pecador que yo. Así estaría en su taller el padre de Domicia; así o cosa muy análoga. Los Reyes se olvidarán de ti, y harán bien. La fantasía bordaba el tema. Otros ternos y exclamaciones corearon el de Martín. ¿Qué opinaron los médicos? Más indecisa aún la visión, porque, como temerosa, se escondió prontamente entre el follaje. -Las dos fillas mías echan la sangre a golpadas. -añadió-. -pensó el mísero-. salía todos los días a la puerta, y cada vez que pasaban mis joyas, les gritaba mismo así: «¡Permita Dios que lo gastedes en la mortaja! Entregué la llave de mi puerta a Medardo y me encerré discretamente, después de ordenar a los criados que se acostasen en el piso de arriba. Y, al verle en tierra, el otro recogió del suelo su azada, y ya esta vez fue certero. -interrogó el párroco. Mi padre creía también que no era sólo la codicia defraudada lo que así abatió el espíritu del abuelo, sino también el desengaño, el haber sido burlado de una manera tan audaz, el haber pasado por un necio a los ojos de todos, no sólo a los de su esposa. Empapada de aromas, sarteada de collares, acudió solícita a la primera orden del pirata, que al cubrir de caricias despóticas el cuerpo juvenil, calculaba cómo se retorcería bajo el látigo o bajo la mordedura del hierro candente. Cuento de la Dama Encantada. Alguna vez es fama que rodó a la cuneta. Platicando, fantaseábamos lo que había sido el mundo, hasta tiempos recientes, lo que debiera ser ya, lo que llegaría a ser. Cuanto más trabajaba con la esponja, el paño y el raspador, tanto más penetraba la tinta, borrando hasta la idea de lo que hubiese debajo. La prójima soltó una risa alegre. Estaba para condenar a un santo; pero Felipe más bien percibía la burla que la magia de la apetecible figura inundada de sol. La mujer de Fortea yacía en el suelo, ante la caja de caudales… Las balas del aparato defensivo, del mata ladrones, traído de Londres e instalado el día antes por su marido, la habían fusilado literalmente; y, como al recibir el primer disparo se le hubiese caído de la mano el quinqué del petróleo, sus ropas se habían inflamado, y el cadáver ardía. Vistió las telas listadas de oro, se colgó las sartas de perlas barrocas y de venecianos cequíes, y ante un espejo, de Venecia también, dio en atusarte, hasta que apareció en el puente bizarra sobremanera. A pique estuvo de mandar al diablo al almacenista. Mi deseo adquiría mayor vehemencia, porque apenas definía yo su objeto; y me hubiese sido difícil describir, ni aún inexactamente, lo mismo que ansiaba. -Eres talludo ya para juguetes -le había dicho su papá-. Y con la fuerza y el relieve que tienen las alucinaciones, me representé a la tía Clotilde tal cual estaría en el momento en que alzásemos la lápida desgastada que cubría sus restos… Parecería dormida, no muerta. Actualmente, para obtener diploma de sabio es menester encerrarse en una casilla, en la más estrecha. Al caer al agua el cuerpo de Adelina, al agolparse en el puente los piratas, fue cuando se vieron cazados. Habían dejado el automóvil donde ya la senda se hacía impracticable, buena sólo para andarla en el caballo de San Francisco; y, después de merendar bajo unos castaños remendados, huecos a fuerza de vejez y rellenos de argamasa, fumaban y departían, traídos a la conversación los sucesos de actualidad y los antiguos por los de actualidad. Notaba en su padrastro algo de singular. ¡Nos valga Dios! -¿Y cómo se llamaba? Yo oía los comentarios; claro es que se susurró cosa de amores; pero nadie pronunció el nombre de Teresa, de quien, por su vida retirada y devota, nadie sospechó. Ante ella alzábase el abandonado palomar del cura. Él acentuaba su sonrisa de felino. -Hay que juntar -murmuró Luis- cuanto tenemos. A la primera ligera, fluida caricia de la luna, los adorantes parece que continúan serenos en contemplación; pero observadlos bien: algo estremece los paños de su ropaje; algo vibra en sus manos extendidas para la plegaria; algo muy sutil intenta despegar y agitar sus bucles de granito para que se electricen como las cabelleras vivientes. En su tiempo se vendieron muchos foros y fincas libres… A no ser por él, los Novoa seríamos muchos más ricos. No se hizo daño. En Madrid hay una mano de pillería. Hasta tres días después no salió a la playa el cuerpo de la huérfana. Y como Juaniño, sin hacer caso del obstáculo, intentase pasar, el de a pie abrió los brazos y gritó ásperamente, con claridad y estridencia de gallo arrogante: -¡Ey! El desván, sobre todo, era objeto de sus predilecciones. Soy de la parroquia, ¿sabe? -Dirá que perfectamente. Cierto que el portugués era lo que en su patria llaman un perfeito rapaz. Los encajes de la camisa velaban castamente el escote, y una suave respiración subía y bajaba esos encajes. Creía ver al padre en sus últimos accesos de alcoholismo. -Dios te vea venir, María Silveria… ¿De dónde, mujer? No supo don Gregorio lo que le pasaba, qué conmoción sentía. -Don Mariano, yo vengo a proponerle… No le parezca mal… No piense que traigo exigencias, no, señor; todo lo contrario. Inicié un murmullo de asentimiento, sin comprender. Miraba tan pronto a los santos bonitos como al vendedor, encontrando un encanto especial en su figura ágil, en su traje descuidado, de obrero casi mendicante: blusa de dril manchada de yeso, zapatos de lona, que señalaban la forma del pie y marcaban los dedos como en relieve; corbata roja, de seda deslucida, mal anudada, con flotantes cabos. Había entrado en la nave, y, haciendo signos de cruz, se encaminaba al gran altar de la Virgen. No querían que los viesen. Marido y mujer se concertaron. Y gritó obsequiosamente: El doctor, en vez de pasar de largo, como solía, paró el jaco a la puerta de la casuca y descabalgó. Rojo de furia, gritó: -Dejadle en paz, ¡ea! Un rapaz que era un lobo para el trabajo, tan lanzal, tan amoroso, que todas las mozas se lo comían. El portador del cesto, sin embargo, salió volandero hacia la bodega desmantelada donde la mísera se moría por instantes, y todos los días ya volvió a salir con su canasto bien repleto. Felipe da Fonte no estaba con humor de romperse el cuerpo en aquella mañana tan bonita de mayo, con aquel chirrear de pájaros que alegraba el corazón, y aquel olido tan gracioso de las madreselvas, que ya abrían sus piñas de flor blanca matizada de rosa y amarillo. El novio menudeaba los tragos, repitiendo su frase: «Es el último día que bebo por jarro.» A la novia le presentaron como cuestión de honra el beber también. Había, sobre todo, una mocita vendimiadora que, al prolongar el alalaa, parecía diluir en el canto un lloro. Pero fue él quien lo tuvo, y no su esposa, pues tal vez por darle en la cabeza, como suele decirse, resolvió demostrar a Froilán la mayor confianza. Podía recibir ante el mundo a su novio, podía casarse… Y, a fuerza de dar y tomar en esta idea, se me ocurrió la más lógica: Teresa era libre, ¿y si él podía no serlo? Acababa de ver, entre la ceniza, un punto blanco: una china, un pelouso. Era el único que tenía las costumbres libres, el que acostumbraba a «echar a perder» a las garridas mozas… Había rondado a aquella de soltera, y la festejaba ahora también…, Una mañana, de rocío y niebla, de un otoño que se anunciaba húmedo, se abrió el postigo del corral de la taberna, y salió por él un hombre de gentil talante, que rápido se dirigió al pinar, y en su seno desapareció, como si la masa oscura de los pinos se lo hubiese bebido. Se encontró su cuerpo carbonizado, no lejos de Micaela. Aquel sol de brasa dijérase que le calienta y anima: baila aprisa, con un frenesí mecánico, con saltos que no son naturales, sino que semejan las de un muñeco de resorte… Y -a un salto más rápido- se tiende cuan largo es sobre la hierba agostada del atrio, sin proferir un grito. Domicia Corvalán, invariablemente, hacía lo mismo todas las mañanas, todas las tardes, todas las noches. Y el cura, demudado, inclinándose por si quedaba un resto de vida que permitiese auxiliar al espíritu, ya tan lejos del triste despojo, refunfuñó: -¡A ver! Y dentro de mi alma le contestaba otro sollozo. Juaniño y Culás llegaron a comprender que el hecho de no haberse afrontado los comprometía seriamente ante los mozos rifadores, los sesudos viejos petrucios, las mociñas, hipócritamente cándidas y las viejas medrosicas, que a todo se persignan exclamando: -¡Asús, Asús me valga, mi madre la Virguene! Empecé a fantasear la tranquila vida del sabio y del filósofo, que desdeña las contingencias de su propia suerte y las domina desde la altura de su calma. La madre tembló. Ahora bien: tío Roque de Manteiga y tío Selmo de Vieites poseían tierras lindantes, que cultivaban con sus propias manos. Como era un mocetón hercúleo, las piernas casi le arrastraban, porque el fracatrús pertenecía a la exigua y resistente raza del país. Porque realmente, no paraba en su vivienda más de lo preciso para no dormir en un pajar, y sí bajo tejas. ¡Dejen a esa mujer! Cuentos cortos para niños y niñas de más de 6 años. Este se hizo atrás, pero no sin esgrimir su horquilla, dirigiéndola contra el pecho del enemigo. Se deshizo el abrazo, y el hombre salió, y la mujer se esfumó tras de la puerta. Los dos chicos se juntaban para charlar, y Berte contaba cosas de la aldea. Y yo no le pido sino una cosa bien sencilla y bien útil para usted. ¡En comiendo el pan de la boda, meto ganado y un criado en la casa, espeto el arado en la tierra, se abona, se siembra y para el año veredes si ha cosecha o no! Todo estaba abandonado en el caserón; aquella gente labriega tenía los muebles destrozados, y las camas torneadas, de columnas salomónicas, dedicadas a frutero. Allí remató la causa. Solía yo reunirme con aquel sabio en mis paseos por los alrededores del pueblecito donde mi madre -cansada de mis travesuras de estudiante desaplicado- me obligaba a residir. Ya podía trabajar la mocosa… Y trabajó, en efecto. ¿Cómo me había de curar la desdichada, si debió de padecer mi propio mal, y acaso de él murió? Tú, a la sordina, puedes registrar la casa: como en requisa de construcción, a pretexto de reparos, lo miras todo, despacio y a gusto, y mucho me sorprenderá que no hallemos nada… ¡Ah! Le voy a esganar hoy mismo. Hasta verlos juntos, taberna y jornal. ¡No faltaba otro cuento! Toda la aldea y todo Luaño fueron convidados al festín nupcial. Ni deseos, ni propósitos, ni reacciones de sensibilidad. Era preciso atenerse a estas razones de pie de banco; pero el chico temblaba de miedo. Cuentos Costumbristas Cambas. Yo no admito regalos. Cerrando los ojos, veía los castañares, la honda corriente del Ameige reflejando allá en su fondo la luna, la pradería de verde felpa, la yegua brava en que montaba en pelo, sin siquiera un ramal. -Eso es cierto… -confirmó Gondás, dando vivas chupadas al pitillo y sonriendo con aprobación. No solamente degradado en lo moral, sino en lo físico también. Había entre nosotras algo humano que tácitamente nos ponía de acuerdo. La envolvía una modorra moral invencible. Marcos escuchaba con un sentimiento de pena y de dolor. Al fin consiguió la dama llegar al pie del altar, y tras ella fueron deslizándose los dos muchachos, que se situaron, como automáticamente, a su izquierda y a su derecha. El noruego es un fantástico relato sobre un marinero cuyas trabas idiomáticas lo condenan a vivir una historia increíble de confusión, olvido y abandono pero que, sin embargo, tiene un final inesperado. Sobre su origen, existen diversas versiones, algunos afirman que un oso se enamoró de una mujer, a la que mantuvo cautiva por muchos años, cuando el hijo de ambos creció, ella le pidió ser liberada, para cumplir este deseo, el hijo oso mató a su padre. Allí estaba ya Selmo trabajando el pedazo maldito, echando en él no se sabé qué simiente… La sangre, aún no helada, de Roque, dio una vuelta. Nadie recordaba -al menos aparentemente- a aquel Félise, tan amigo de todos los demás rapaces. Allá estaría en el playazo de Areal, bañándose y ayudando a bañarse a la forastera de la ropa maja. Es invidia que te tienen…, Nadie chistó. Yo he prohibido que se busque, y he corrido la voz de que todo eso eran cuentos y patrañas. Aquí tenemos el ataúd; tú envuelve en la sábana el cuerpo. No acudió nadie de este mundo. -¡Atrás! Era sangre y agua, era dolor líquido… En todo corazón está oculta una lágrima. Los talones de Cirilo se juntaban con su grupa. Y en Areal, las malas lenguas se despachaban a su gusto…, Los esposos vivían, sin embargo, en la mejor armonía, con trazas de ser muy felices, y el bazar subía como la espuma cuando ocurrió el terrible suceso, del cual corrieron versiones muy varias…. -Calla, mujer, calla; ya hiparás después…, A nadie encontraron en su fúnebre paseo. Una tarde, yendo a bordo de la lancha que traía el correo, vio, al cruzar ante el islote, cómo el marinero colocaba sobre los pedruscos resbaladizos la limosna. Todo distribuido entre los compañeros, los presentes nada más, ¿eh? Veía una forma entrapajada, una cabeza envuelta en vendas pobres, rotas, y, detrás de las vendas, le miraban unos ojos sin párpados, y asomaba una encarnizada úlcera, cuya fetidez ya le soliviantaba el corazón. Y, sin embargo, en medio de su evidente miseria, no pedía limosna la Corpana… Aquella mano negruzca no se tendía para implorar. Nolasco, deseoso de continuar su camino, pegó cariñosa palmada en el hombro de la bruja; sacó su bolsa de malla, extrajo unas monedas de plata y se las presentó: -Ahí va, para ayuda de la «cosa viva…», y se estima el favor, Natolia, mujer, si es favor lo que me hiciste. Y don Carmelo, que le veía venir, contestaba bruscamente: -Hom, poco menos. ¡Y no saberse nada de él desde que a la caída de la tarde se le había visto en el playazo jugando a las guijas o pelouros. Y cuando empezaba a lamentarse una voz familiar la llamó desde la puerta: Era un fraile mendicante, alto, seco, que venía cargado de un brazado enorme de rama de eucalipto; y con él entró una ráfaga de esencia pura, fuerte; un aire de salud. Aunque no vestía rigurosamente el traje del país, que cada día va perdiéndose, y aunque en lugar de la montera picuda con su airón de pluma de pavo real, cubriese su cabeza la vulgar boina, era una aparición en extremo típica, y todos dijimos a la vez: -¡Hola, Juliane!… ¿Qué es eso? Pálida e inmóvil ya, como cuajada por el miedo mismo, permanecía entre los que la guardaban, cuando dos piratas trajeron a empellones a un viejo semiparalítico, golpeándole para empujarle y dándole con los pies en las costillas a fin de hacerle avanzar. Aquel agudo discurrir que notaba desde hacía dos horas, me decía claramente que el nuevo personaje estaba apostado para robar a Fajardo, aprovechando la singular y conocida manía del rico propietario de llevar siempre encima fuertes sumas. La doncella le endosaba sacudido y cepillado de vestidos; a la cocinera no había cosa en que no tuviese que «echarle una mano»; el ayuda de cámara le encajaba el lustrado de botas; el criado de comedor le pasaba el sidol para la plata… Y, al mismo tiempo, la hostilidad contra el chiquillo era constante. Un hueco sombrío apareció. Mire que ahora, cuando venía andando delante de mí por la carretera, el cuerpo de usía no hacía sombra ninguna. Era la noche luminosa y apacible y apenas un manso vientecillo rizaba el oleaje. Al oírme ensalzar las cualidades de Mariña, su habilidad de cocinera, en la tertulia de la botica y en las tardes ociosas del Casino, menudearon las indirectas, unas en tono de chanza, otras con acentuación grave y fúnebre. ¡Perecer achicharrado! Excitado, calenturiento, pasó casi toda la noche en esta labor. ¡Cluecas andan las gallinas que no ponen! Y lo hizo, apoyándose en el vallado, hinchándosele un poco las venas del cuello. Representaba doña Dolores unos veinticinco años; era gruesa, mórbida, pero de negro y duro ceño y facciones acusadas, enérgicas. -Señor mío…, no hay tal tesoro. Pero la aventura me pareció menos bonita cuando, en vez de aparecer el ladrón, vi entrar por la calleja, cuidadoso y mirando a todas partes por si le seguían, al hombre bien plantado… El embozo de la capa le cubría por completo el rostro, pero su paso ágil y elástico revelaba a un sujeto en la fuerza de la edad. En cambio, hacía continuas excursiones, y cuando no andaba embarcado, estaba recostado bajo los pinos, bebiendo aire saturado de resina. Ya principiaba en las romerías el juego de dichos, insultillos y burletas. Callaba el indiano y apenas comía, torturado por las punzadas de su hígado, o lo que fuese, mientras Martiño devoraba, saciando su estómago, condenado a caldo de berzas perpetuo; y cuando el anfitrión hubo pedido queso de Flandes y dulces, ¡que fuesen corriendo a la confitería a buscarlos!, creyó el Codelo ver el cielo que se abría, porque Camilo, lentamente, pronunció: -Esa deuda, compañerito, hemos de ver como te la quitamos de encima… ¿Sabes? Los que salían al corro, a trenzar puntos, invitando a la pareja, eran tres viejos caducos: Sebastián el Marro, el tío Achoca y el tío Matabóis; y las danzarinas que, rendidas a su llamamiento, pero vergonzosas y recatadas, acababan por asomar al redondel moviendo el pie tímido, con los ojos bajos y las yemas de los dedos junturas, eran la tía Nabiza, la Manuela de Currás y la señora María la Fiandeira; entre las tres parejas contarían, de seguro, sus cuatrocientos y pico de años. Te advierto que yo, aunque la adoro, he respetado su pudor, y hasta el día en que nuestra unión sea bendecida por la Iglesia y la ley, pienso seguir respetándolo. La herida sangraba por dentro. Dos billetes… El mercader, atónito, se confundía en expresiones de agradecimiento. Inclinándose Lucio, se cercioró de que, en efecto, lo que allí aparecía eran restos humanos. Apretaron las azadas, y el esqueleto apareció, ya ennegrecido por la humedad, medio disuelto. Y por moza fue, de seguro, por lo que le hicieron la judiada. Nada temen los adorantes, como no sea algún cataclismo de la tierra, alguna violencia de los hombres, que impulsando sus masas, los precipite al uno contra el otro. Los que tenían el valor de ponerse al habla con ella, de eso precisamente la oían jactarse: de que «se valía sola»; de que vivía y se embriagaba a cuenta de su trabajo… ¡Su trabajo!… Parecía increíble: la arpía encontraba labor…, ya que de algún modo hemos de decirlo… Trajineros y arrieros que incesantemente cruzaban el pueblecillo llevando sus recuas cargadas de pellejos de mosto, cueros o alfarería vidriada; mendigos, transeúntes que corrían tierras espigando la caridad; jornaleros que acababan de gastarse en la taberna parte del sudor de la semana; mozallones desvergonzados que salían de tuna y se recogían antes del amanecer, temerosos de una tolena de sus padres…, he aquí los que ofrecían a la Corpana, entre bisuntas monedas de cobre, fieras zurribandas con las cinchas de los mulos, puñadas entre los ojos, puntillones de zueco y bofetones de los que inflan el carrillo… Porque ha de saberse que los más se acercaban a la Corpana con objeto de tener el gusto de majar en ella, y la diversión consistía en la lucha, de la cual la mujer, con sus bríos de hembra terne, salía rendida y vencida en todos los terrenos, excepto en el verbal, no agotándose el chorro de sus injurias y sus pintorescos dicterios, ni cuando yacía en el suelo, medio muerta a fuerza de golpes y de ultrajes. Un asombro, una curiosidad atónita, se marcaron en el rostro algo amondongado, pero fresco y lindo, de la aldeana. Era sabedora de los retozos en el molino, de los acompañamientos a la vuelta de la feria, de los comadreos del caserío; cosas de rapaces. -Mujer -balbuceó el viejo, secándose el llanto con un pañuelo a cuadros, todo roto-, mujer, como era mi fillo, que no teníamos otro, y nos lo mataron como si lo llevasen a degollar… Yo ya poco valgo, ¡pero si puedo, no se ha de reír el bribón condenado ese! Esta noche ha de haber leña…. Nadie se le puede arrimar. Hasta aquí podía pasar, y, si bien la cosa me indignaba, no tenía por qué extrañarme. Teresa no quería creer que estuviese muerto y, sin recato, cubría de besos el rostro frío y la ya amoratada boca. Subyugada, callaba Casildona. Los aldeanos se desviaban, respetuosos, para que no perdiésemos nada del espectáculo: de los callosos pies descubiertos, pronto ungidos con los óleos; del estertor que sacudía el pecho, en que resaltaban visibles las costillas. ¿No lo crees? El indiano, al anunciarle que se volvía allá, llamado por los inflexibles negocios, entregó a Martiño los doscientos pesos que habían de cancelar su deuda. Callare…. Muchos dicen que entorpece el trabajo de los mineros, ya que le atribuyen la responsabilidad de extraños ruidos, pérdidas de herramientas y la aparición y desaparición de diversos minerales. Las más veces rehusaban las pescantinas la cosecha de Cipriana. El aldeano pleitea por la propiedad; por la vida, rarísima vez acude a los jueces. Y después, ¿quién sabe?, salió con los demás convecinos, ya que no a pelear, a empuñar el arcabuz, o la espada, o la lanza fuerte, como corresponde a quien lleva el nombre de Barbosa; al menos a ver, a alentar con sus voces; y no volvió nunca, y sus descendientes no conocieron el secreto del escondrijo…. Cuando Agustín el de Luaño, destremina de hacer una cosa, hácela, ¡recorcio! Una exhalación fétida soliviantó el estómago de Felipe. Esperábamos que a cualquier hora rompiese a hablar en forma de despacho telegráfico. -Sin embargo, era otra cosa -insistió don Braulio Malvido-. «Que pongan en las ventanas vidrios bien fuertes, bien hermosos; que muden aquel roto, y que la criada, porque es preciso que mi madre tenga una criada para su servicio, los lave de vez en cuando. ¡Qué empanadas! Avanzaron los dos, en vez de retirarse con prudencia, y sus labios sumidos murmuraban juramentos atroces, blasfemias bárbaras. Berte, diplomático, engañaba así la impaciencia de su amigo. Los haces eran enormes; el ramaje barría el suelo y cubría a los portadores que, al romper a andar trabajosamente, agobiados, parecían un matorral ambulante. En breve escena violenta, ayudando Cunchiña, con vigor no suponible en sus brazos mórbidos, el indiano quedó amarrado a la cama por fuertes sogas, amordazado, tapado con sus ropas, asfixiándose.

Consecuencias De La Contaminación Del Río Huatanay, Se Puede Cambiar De Carrera, útiles De Escritorio Para Oficina, Estrategias Lúdicas Ejemplos, Mejores Cirujanos Plásticos Del Perú 2022, Embajada De España En Perú Ofertas Laborales, Beca Elap Canadá Requisitos, Evaluación Diagnóstica 5to Secundaria 2021, Geometria Plana Lumbreras Pdf,

cuentos cortos de la sierra